Meditación: “Alégrate, la llena de Gracia, el Señor está contigo” (Lucas 1,28). Gracia plena, es María; siempre estuvo llena de Gracia, por lo que no tiene mancha de pecado. Nunca se halló privada de la Gracia sobrenatural y santificante de Dios, pues Ella sería el Vaso Puro que llevaría al mismo Dios. Así se presentó en Lourdes como la Inmaculada Concepción, título que por Dogma la misma Iglesia le había reconocido.
Oración: ¡Oh María, Gracia plena!. Permítenos que nos alegremos con vos ya que el Señor te eligió y nos regaló tu Corazón, para que pongamos en El el nuestro como ofrenda al Dios Eterno. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
MISTERIOS DOLOROSOS
Primer Misterio
LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO
Contemplación
Con ánimo conmovido se vuelve una y otra vez sobre la imagen de Jesús en la hora y el lugar del supremo abandono. “Y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra”. Pena íntima en su alma, amargura insondable de su soledad, decaimiento en el cuerpo abrumado. Su agonía no se precisa sino por la inminencia de la pasión que Jesús, a partir de ahora, ya no ve lejana, ni siquiera próxima, sino presente.
Reflexión
La escena de Getsemaní nos conforta y anima a realizar un esfuerzo voluntario de aceptación. La aceptación incondicional del sufrimiento, cuando es Dios quien lo quiere o permite: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. Palabras que desgarran y curan, porque enseñan a qué grado de fervor puede y debe llegar el cristiano que sufre, unido a Cristo que sufre. Ellas nos dan, como en última pincelada, la certeza de méritos inefables, el merecimiento de la vida divina para nosotros, vida palpitante hoy en nosotros por la gracia, mañana en la gloria.
Intención
En este misterio se presenta ante nuestra mirada una intención particular: «la preocupación por todas las Iglesias». Solicitud que impulsa con apremio la oración diaria del Santo Padre, como el viento que azotaba el lago de Genesaret, «viento contrario». Pensamiento anhelante en las situaciones más comprometidas de su altísimo ministerio pastoral. Preocupación por la Iglesia, que esparcida por la redondez de la tierra, sufre unida a el, y él, por su parte, unido a ella, presente en él y sufriendo con él. Afán dolorido por tantas almas, porciones enteras del rebaño de Cristo, sujetas a persecución, sin la libertad de creer, de pensar, de vivir. «¿Quién desfallece que no desfallezca yo?».
«Participar en el dolor del prójimo, padecer con quien padece, llorar con quien llora» es un beneficio, un mérito para toda la Iglesia. La «comunión de los santos» es este tener en común, todos y cada uno, la Sangre de Cristo, el amor de los santos y de los buenos, y, también, Dios mío, nuestros pecados, nuestras debilidades. ¿Se piensa lo suficiente en esta “comunión”, que es unión, y, como diría Jesucristo, casi unidad, “que sean uno?”. La cruz del Señor no sólo nos eleva a nosotros, sino que atrae a las almas. Siempre. «Y yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí». Todo. A todos.
Florecilla para este día: Cómo debo guardar la pureza de pensamientos y de obras.
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